Yo mismo y..., si no..., tal vez podría serlo (3er premio 2009)
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¡Hola, Peregrino, hola! Bienvenido a tu casa. Yo también soy peregrino y además, hoy, Hospitalero. Doy lo que antes me dieron. Y no se da a cualquiera: lo damos al Camino; al camino, como río del que hoy soy sólo piedra, y tu eres agua de la que lleva el río desde Santiago hasta Fisterra.
Si vas al puto faro llegas en mala hora, pues para ver al sol bañarse has de ir a la Playa do Mar da Fora. Coge una concha, tal vez una vieira, y llévala siempre contigo dónde fueras. Porque el Camino no termina en Fisterra, desdiciendo a Machado: delante no hay camino; el camino queda tras de ti. Lo de delante es futuro y el futuro siempre es imperfecto, porque tú decides si torcer o seguir recto.
¡Hola, Peregrina! Bienvenida a tu casa. Toma asiento y relaja tu carga. Vienes de muy lejos, pero siempre desde tu casa. ¡Qué paradojas tiene la vida, pues el Camino siempre comienza a la puerta de nuestra casa!
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Vas ligera de equipaje: sólo lo que de verdad hace falta. Estoy hablando de bagaje, no estoy hablando del alma, porque el alma del Camino la forman el Hospitalero y el Peregrino, la encina y el quejigo; el verde prado y el bosque sombrío, la dehesa, el llano, el páramo y el plantío; el águila imperial y el pajarillo con su trino; el viento y la lluvia; la nieve y el frío.
¡Hola, Peregrino! Pasa. Tienes ducha con agua caliente o fría, una litera o suelo donde reposar hasta el nuevo día. Mañana empezarás donde hoy lo dejas, pues el Camino es como la vida: no hay nada al azar. Tú juegas a una regla fija, la regla de tu voluntad, no la regla del destino. Ahora llueve y luego hace sol, mas tarde la niebla no te deja ver el camino; pero, llueva o nieve, el cartero siempre lleva la carta a su destino.
¡Hola, Peregrina! Te veo cabizbaja. No te sientas triste, que estás en el camino. Te estás buscando, no es que andes perdida; levanta ese ánimo, estás descubriendo un nuevo camino. Y no uno cualquiera, este es, Tu Camino. No importa lo viejo que seas, no importa lo tierna que estés: estás escribiendo recto en renglones torcidos..Escribes sobre la arena, la tierra y el libro; dibujas con carbón, con sangre o con vino. Todo depende de tu estado, alegre o cansino.
¡Hola, Peregrino! Siéntate a mi lado, que te escucho complacido. Me dices de tus dudas; yo también las he tenido, las tengo y las seguiré teniendo porque estamos vivos. Vivos y bien vivos. No como otros, que huelen a muerto porque vagan por la vida sin haberse ni siquiera movido.
¡Hola, Peregrina! Se acerca ya el ocaso. Asómate a la ventana del albergue y sigue al sol, paso a paso. Aquello, al fondo, es el puto faro que, en noche de niebla cerrada, hace sonar su mugido porque la luz no ilumina un horizonte sombrío. Mira más abajo: las luces y el rugido. Eso es Fisterra, tu destino, no sin antes recorrer Langosteira, la playa que termina en restaurante de cinco estrellas en homenaje para turistas. Lo que antes era un establo, hoy es tienda de alquimistas.
¡Hola, Peregrino! Siéntate a la mesa. No tenemos homenajes, pero compartimos nuestras sonrisas, nuestro calor y nuestra poca prisa por llegar hasta donde alcanza la vista. Tenemos lentejas, tomates y natillas; pan, vino y un montón de alegría. Hablamos de nuestras cosas, del Camino y de sus gentes. Y, si somos de habla diferente, con una mirada es más que suficiente.
¡Hola, Peregrino! Gracias por ayudarme en la cocina a fregar, secar y guardar la vajilla. Y luego, tú dirás. ¿Ojeamos algún libro? Los hay muy buenos. Mira: éste habla sobre Elías Valiña; sí, el mismo; el pequeño gran cura del Cebreiro; el que pintó la senda de las estrellas con flechas amarillas. Mira, mira esas fotos: son sus monaguillos, jóvenes y revolucionarios con bigote y melena. Eran otros tiempos y ahora continúan en la lucha, defendiendo el Camino frente a políticos horteras, empresarios rapaces y vecinos lumbreras.
¡Hola, peregrina! Sube la música y salgamos afuera. Hace buena noche. Tumbémonos en la pradera que hay frente al albergue a contemplar las mil y una estrellas, que esta es la riqueza del Camino, aunque otros se conformen con sólo cinco de ellas.
¡Hola, Peregrina! ¿Qué tal has dormido? Dejaste tu cansancio tumbado en el olvido. Te veo buen semblante,… incluso rejuvenecida. Cómo se nota que, incluso durmiendo, el Camino has vivido. Toma. Te he preparado un café con leche y unas tostadas, galletas, mermelada y mantequilla, pues la cena quedó ya muy lejos y te preparas para un nuevo día.
Gracias, Peregrino, por haber podido disfrutar de tu compañía. Tú sigues adelante. Yo te veo partir desde el umbral de la puerta que ayer te recibía. Luego, seguiré con mis rutinas: limpiar y comprar la nueva comida. Gracias por tu donativo, que servirá para atender al siguiente Peregrino. Esto es una rueda que gira, gira y gira…
¡Hola, Peregrina! Me dices que ayer ejercí de San Pedro porque no dejé entrar al albergue a aquellos “peregrinos”. Mira,… verás,… yo no escojo el camino de cada uno de vosotros; sois vosotros mismos quienes elegís vuestros caminos y la intención con la cual los hacéis. Conozco un viejo relato árabe que viene como anillo al dedo:
“Cerca de la puerta de la muralla de una ciudad árabe, existía un pozo que saciaba la sed de hombres y animales y, junto a éste, bajo la sombra de un árbol, dormitaba un anciano plácidamente cuando se acercó un joven que, al sacar el cubo de agua, le despertó. El joven le preguntó por el carácter de la gente de ese pueblo, a lo que el anciano le respondió con otra pregunta: -¿Cómo es la gente del pueblo que vienes? El Joven le relató que la gente del pueblo de donde venía era gente rencorosa, envidiosa, desconfiada y huraña. Al oír la respuesta el anciano le dijo que la gente de este pueblo era exactamente igual que la del que venía, por lo que el joven, una vez calmada la sed, continuó su camino hacia otro pueblo. A media tarde, se acercó al pozo otro joven que venía también de camino. Saludó al anciano y le preguntó si podía saciar su sed con el agua del pozo, a lo que el anciano asintió plácidamente. El joven después de beber, le ofreció unos dátiles al anciano y entre la charla, le preguntó sobre el carácter de la gente del pueblo, a lo que el anciano le hizo la misma pregunta que al anterior: -¿Cómo es la gente del pueblo de dónde vienes? El joven, con una sonrisa en sus labios y unas lágrimas en los ojos, le contó que las gentes del pueblo del que venía eran encantadoras, amigables, solidarias y había hecho muchos amigos y, al tener que partir, casi se les rompió el corazón aunque él, irremediablemente, tenía que seguir su camino. El anciano, al escuchar sus palabras, se alegró y le dijo al joven que las gentes de este pueblo eran también amables y bondadosas y que, seguramente, haría también grandes amigos. A continuación le indicó que si quería quedarse un tiempo, su casa estaba abierta para él y le indicó la dirección. El joven, agradecido, se encaminó hacia la misma. Una vez se marchó el joven del pozo, otro joven del pueblo que estaba cargando agua a lomos de su burrito le preguntó al anciano por qué al primero le dijo que las gentes del pueblo eran malas y hurañas y en cambio al segundo que eran buenas y bondadosas, a lo que el anciano le contestó: -Cada uno de nosotros cosechamos lo que sembramos”.
¡Vamos, Hospitalero! Ya es hora de que tú también descanses. Hoy ha sido un día muy duro pero recuerda que, antes, otros hicieron lo mismo que tú y que, gracias a ellos, la Hospitalidad en el Camino es hoy lo que es: poca en cantidad, pero mucha en calidad. Muchos de ellos fueron amigos personales de Elías Valiña; como de José María, el cura de San Juan de Ortega; o José Ignacio, de Grañón, ahora en Logroño; o Andrés Muñoz, de Viana; incluso de Jesús Jato, de Villafranca del Bierzo, en sus primeros tiempos; o de Resti, en Castrojeriz; y, actualmente, de José Luis, en Tosantos; y alguno más que me dejo en el tintero, como Angel Espinosa, el primer hospitalero de Herbón; o Florentino y Judit; Bejo; Paco de Valladolid; José Ignacio y Lola; Milio, el Oso Astur, y Yeya; los Canarios; los Almogávares; y algún Finisio alicantino. Pero ya sabes que son pocos los albergues que en la actualidad ejercen la Hospitalidad de forma altruista. Todo se ha convertido ya en puro negocio, pero... ... ... ahora descansa, que mañana tienes nueva reválida y la tienes que aprobar.
¡Vamos, Hospitalera! Acabas de despedir al último peregrino pero, antes de iniciar las tareas de limpieza del albergue, siéntate un rato en el sillón y, mientras tomas una taza de café, coge el libro del peregrino y mira lo que han dejado escrito en él. Unas alaban la comida que anoche les diste. Otros, hablan de la calidad de las instalaciones del albergue. Otros, de la simpatía de la hospitalera. Pero, lo que más se agradece son las confidencias que dejan, cual ofrenda al Camino, sus vivencias, sus cambios de humor, incluso de lo que les ha cambiado a ellos el Camino, de la forma que ahora tienen de ver las cosas, del modo de afrontar ahora los problemas cotidianos, del trabajo, de su familia, de su propia vida, de sí mismos…
¡Vamos, Hospitalero! Si… Ya sé que hoy los donativos han sido de risa, pero ya sabes que por ese rasero no se mide a los peregrinos. Recuerda que era gente joven, buena gente, pero “a dos velas”… Vamos… buen caldo hecho de sopa- prisa. Tú también fuiste joven. Recuerda tus tiempos de Ibiza: con cuatro duros pero siempre con una sonrisa, con un montón de amigos y buenas amigas.
¡Vamos, Hospitalera! Empieza ya la rutina. ¿Ves?, ayer surtió efecto el que dijeras que las botas, detrás de la puerta; que no lavaran en los lavabos, que lo hicieran afuera; que después de ducharse, pasaran la fregona y que mantuvieran los dormitorios tan limpios, como si no hubieran estado; que usen las papeleras, que para eso las hemos dejado.
¡Vamos, Hospitalero!, que tenemos que hacer la compra y, si no llega con lo que hoy han dejado, tira mano de la calderilla o saca el billete guardado. Ya sabes que esto es una rueda que gira, gira y gira… unas veces nos cogen panza arriba y, otras, panza abajo nos han dejado.
¡Hola, Peregrinos! ¿Qué queréis?... ¿quedaros ya en el albergue?... Pero si las diez y media aún no han dado… ¿¿¿¡¡¡Que queréis bajar al pueblo, comer y luego subir a las cuatro!!!??? Pero, eso son dos y medio de bajada y dos y medio de subida… ¡Cinco kilómetros!... Pero.... si con tres más estáis en Fisterra, que queda a ocho… vamos, a dos horas de camino… y el albergue abre a la una y tiene treinta y seis literas.
Llegado a este punto, hago punto y coma, levanto las manos del teclado, aparto la silla, y dirijo mis pasos hacia la ventana mirando la luz que brilla del faro de Fisterra, que está en la otra orilla. Suspiro desde la ventana pensando que, cual nuevo Moisés, nunca veré la tierra prometida. Pero vuelvo a la realidad y respiro profundamente sabiendo que iré... ¡cualquier otro día!
¡Vamos, Hospitalero! Apaga la pantalla, que se acerca la mañana…de un nuevo día. ¡Clik!